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Hija de la Luna

Más de lo necesario.

Me da mala espina, me da igual de quien sea mujer, no la quiero aquí, en casa. A él le eché una vez, repetirlo no me costaría nada. Son sólo 2 de los muchos que hacen mi ellos más temido, más odiado. ¿Cómo escapar si vienen a mí? Estoy encerrada en el cuarto, mientras conversan en el salón con mi madre. No quiero hablar con esa mujer que se cree con derecho a tratarme con toda la confianza del mundo por compartir colchón con mi familiar directo. Ni siquiera él me trata así, porque sabe que la réplica sería tan fría como la mano que, a mi pesar, le tiendo al llegar. Era eso o los 2 besos de rigor, y tener su ADN en mi mejilla me daría escalofríos. Y ahora ella se va a meter en mi vida, la voy a tener cerca quiera o no. No creo que nunca llegue a confiar en ella, mi instinto la tachó como malvada según nos cruzamos por primera vez. Por suerte, sé que el rechazo es mutuo, que yo no soporto su falta de imaginación y ella no entiende mis extravagancias. Así que no la quiero aquí, y se lo diré a mi madre en cuanto salga de mi encierro voluntario, en cuanto se vayan, al fin y al cabo estoy yo sola en la casa casi todo el día, tengo derecho a decidir. Y lo haré sin problemas con mi conciencia, a sabiendas de que ella tampoco me invitará nunca voluntariamente a su casa, y de que ellos ya se habrán molestado en contarle lo rara que soy y lo difícil que es tratarme, así que lo entenderá y se alegrará de no verme más de lo necesario.

Una niña con zapatos nuevos.

Me mira, frunce el ceño y me pregunta ¿te ocurre algo? ¿Porqué estás tan feliz? No puedo decirle que mi hermana me trajo unos zapatitos chinos de su viaje, porque eso sería decirle que trajo regalos, y el suyo no se lo dará hasta el día de la Madre. Falta poco, pero hasta entonces no puede saber que los tengo, aunque me chiflen, aunque me los haya probado unas quince veces desde que son míos. Al final, para no mentir pero no decir el secreto, sólo contesto: nada. Es que hoy me siento como una niña con zapatos nuevos.

Entre sueños.

Soñé que era pequeña, muy pequeña. Un hombre, con sonrisa afable, me ayudaba a construir castillos en la arena mojada. Otro, su amigo, su socio, me regaló una pequeña bandera para que pusiera en lo alto de la torre.

Soñé que el segundo hombre hablaba conmigo en un almacén como si yo fuera adulta, aunque sólo era una niña, y que me sentaba en una banqueta de madera altísima, de ésas que se pueden ajustar dando vueltas.

Soñé que jugaba al escondite en un restaurante vacío, y que me ocultaba en una cámara y nadie venía a por mí. Soñé que pasaba tanto frío que gritaba y mi madre venía a buscarme, asustada, con los dos hombres de mi sueño.

Desperté, y corrí a contarle a mi madre todo aquello, porque fue muy real, porque había pasado miedo encerrada en aquel frigorífico. Y ella me contó que tuvo ese restaurante, que yo apenas si había cumplido 3 años y que después de lo de la cámara nunca quise volver a jugar allí. Cerró poco tiempo después, así que yo no recordaba nada, hasta anoche, cuando la memoria me volvió entre sueños.

[sin título]

Vivía en tus ojos, y desde allí, veía lo que tú veías, soñaba lo que soñabas, sentía lo que sentías, y era feliz. Pero un día te hice daño, ni siquiera sé cómo, y una lágrima tuya me arrastró fuera del Paraíso, directa al suelo, desde donde ahora lucho por levantarme, en contra de la gravedad y del sentido común, para volver a tus ojos, a la felicidad.

Con público.

La línea que separa lo posible de lo imposible se desdibujó durante el más pequeño de los lapsos de tiempo, mientras cogía la otra patilla del led que yo sujetaba, y la magia del momento lo encendió sin otro tipo de alimentación. Sólo duró unos instantes, pero fue maravilloso, y, por una vez, mi violación de las leyes de la Física ha sido con público.

Las cinco del viernes.

Son las doce y pico pasadas del jueves, sé que debería parar ya e irme a la cama a dormir la gripe o lo que sea que tengo, pero no puedo. Ayer debería haber espachurrado a la musa, ahora ya es tarde. Como si sigo escribiendo sobre mí, al final sólo me quedará el DNI y mi dirección completa sin desvelar, voy a contestar a las preguntas de Betty, y así me lo quito para mañana.

1) ¿Qué debe tener alguien para que sea tu pareja perfecta?
Sinceridad, unas gotas de locura, vena artística, aunque sea hacer estatuas con palillos, me da igual, pero la imaginación y el gusto son imprescindibles.

2) ¿Qué es lo que más detestas en tu pareja?(si no tienes pareja actualmente, puedes elegir entre decir lo que detestabas más de tu última pareja o de la que te gustaría que fuera la próxima)
Tiraré por la que vendrá… (espero).
No sé si detesto algo, quizá que sea social, que se adapte demasiado a las normas sociales, que a veces no sea capaz de ver que si yo las ignoro no es por rebeldía sin más.

3) ¿Harías algo por cambiar a tu pareja?
No sirvo para cambiar a la gente, al menos no conscientemente, me sentiría mal, así que no, no lo haría.

4) Si tienes pareja o la estás buscando, ¿esperas que dure y tener una relación con futuro, o es por pasar el tiempo?
No me lo planteo, no sé que pasará, me guío por prontos y emociones, no sé cómo reaccionaré al mañana, así que directamente no hago planes en ninguno de los dos sentidos. Lo que tenga que ser, será, sin más, y no me voy a calentar la cabeza con cómo ocurrirá.

5) En una relación de pareja, ¿cómo actúas?
No sé cómo actúo en una relación, sé más bien cómo no lo hago, cómo no soy: no soy celosa, no entiendo los celos, me suenan a desconfianza; no considero a nadie mi lo-que-sea, no poseo al otro; no hago demostraciones gratuitas de afecto en público, será porque no me gusta que me miren desconocidos, y tampoco soy de las que viven las 24 horas junto a su pareja, me agobiaría, necesito un tiempo para mí, para mis locuras privadas.

Y esa era la última de las cinco del viernes.

Mi libertad.

Me he acabado hace unos instantes el último libro que robé, y en mis palmas ha aparecido de nuevo el picor que me obliga a escribir. Es como si una legión de hormiguitas sumamente inteligentes vivieran en mi torrente sanguíneo sólo para hacerme la vida imposible, corriendo aceleradas a mis manos en cuanto están ociosas.
Me he estado leyendo Diablo guardián, de Xavier Velasco. No es malo, no es bueno, es…¿leible? No posteo para decir de que no debería pasar a la Historia de los grandes libros, por mí debería hacerlo, la crítica literaria no fue hecha para mí, eso se lo dejo a otros: la protagonista, Violetta, ella me ha obligado a escribir. Su sensación de no ser de su familia, de no pertenecer a ninguna parte, de que una canción habla de su vida, de que ha de sobrevivir como sea, esas sensaciones son las mías.
No me voy a lanzar a las calles a encocarme y vivir de prostituta, que nadie se confunda, ese no es el reflejo de mi ser que veo en ella. No son los hechos contados, es la desolación de fondo, las ganas de salir adelante caiga quien caiga, el desarraigo absoluto. Sólo en su sentido de la mentira encuentro un escollo, mentir a cada momento me volvería loca, y ese sería un precio demasiado alto a pagar por mi libertad.

Responsable de mí.

Acerqué mi brazo al suyo, a apenas unos milímetros, sin llegar al roce, para sentir su calor corporal, como de costumbre, como cada día. Pero algo iba mal. No lo sentí, para mi cuerpo él no estaba allí. A él no le ocurría nada, me lo habría dicho, tenía que ser yo. Pero no era posible, me encontraba bien. Alejé mi brazo, no dije nada. Todo estaba bien en mí, no podía ser que algo fuera mal y yo no lo notara, pero mi cuerpo no suele estar a más de 35 grados, el suyo no baja de 37, si no le sentía algo iba mal. En silencio esperé la hora de irse, deseando llegar a casa para comprobar mis constantes vitales. No iba a decir nada, no iba a hacer que nadie se diera cuenta. Pero, de repente, acercó su mano y la puso en mi hombro, con cara de preocupación. Noté algo extraño antes, me dijo. No te sentí fría. Estas ardiendo, estás enferma, ¿bajamos a Iplacea? Has debido pillar algo… Sólo he podido negarlo, ¿qué sino? No podía dejar que nadie, nadie, se preocupara, se sintiera responsable de mí.

Sed.

El insomnio ha vuelto, la hiperactividad está ya más conmigo que mis sueños. No puedo parar, ya limpié la habitación, me peleé hasta el límite de mi paciencia con un circuito maldito y ahora he recuperado una caja llena de viejos disquetes que ya no sabía ni que existían. He encontrado un archivo llamado sed.ctf, y no puedo abrirlo. La verdad es que no sé ni qué es, ni tan siquiera de qué tipo es, pero algo perdido en mi memoria me murmura que es algo en lo que me empeñé mucho. Y si hace años me molesté en algo relacionado aunque sea remotamente con un ordenador, debió ser algo realmente importante para mí, algo que merece la pena. Tengo toda la noche para conseguirlo, lo abriré aunque mañana llegue al laboratorio con las ojeras por los tobillos. Supongo que lo conseguiría antes si al menos lograra recordar qué era, en qué perdía tanto el tiempo como para no levantarme aunque me muriera de sed.

Tecnología de computadores.

Estoy cansada, frustrada y enfadada conmigo misma y con mi profesora de prácticas. Me duelen los ojos de tanto buscar los cables que inducen a mi display a reirse de mí. Sí, a reirse. Juraría que oí una carcajada hace un rato. ¿O será que ya oigo voces? Tengo un contador que no cuenta, y un partidor de frecuencias que no pasa la corriente, y 3 leds que se encienden según tengan o no ganas... la placa amarilla me parece ya naranja, será de tanto mirarla. Prefería la práctica de estructura...
El colmo de mi maravilloso día es la visita de la musa, que anda por aquí revoloteando. Al final, me cansará, pillaré el matamoscas y la estamparé contra el suelo. Y mientras me planteo matar mi imaginación, ya he escrito un puñado de cuentos, aunque hoy solo pondré uno, el resto están en lápiz en el reverso de las hojas de el decodificador, y no pienso ni volver a mirarlas hasta mañana... Quién me mandaría a mí meterme en esta carrera. Aún no entiendo exactamente para qué me va a servir montar este circuito en mi vida: con la tasa actual de paro, como mucho me vaticino un brillante futuro en la hostelería, y no creo que al encargado de mi rango le interesen mucho mis conocimientos en tecnología de computadores...

[sin título]

El silencio me servirá de protección y amparo; por eso lo busco. Una vez oí en algún lugar una conversación sobre cámaras que aíslan de cualquier ruido. La ausencia de sonido que yo tanto anhelo es, por tanto, posible, no lo dudo, pero ¿podrá esa cámara aislarme de los ruidos si mi mismo cuerpo los produce con sus latidos y su respiración?
He pasado largas horas sumergido en apasionantes lecturas sobre el tema. Y al acabar, he oído mis pensamientos, ahogando así el silencio de mi interior. ¿Qué he de hacer? ¿Cómo matar el sonido?
Se dice que no hay lugar tan silencioso como un cementerio, ya que allí nadie vive. Pero sobre las tumbas mil murmullosos se oyen, desde los pájaros al lento crecer de la hierba. No hay silencio, ni siquiera ahí. Bien lo sé yo, que comparto este panteón desde hace algunos años con mis ancestros.

[sin título]

La cabeza rodó al pie del tocón que antes le había servido de apoyo. El último grito de clemencia no sirvió para derribar la indiferencia del verdugo, que esgrimió con toda su fuerza el mortal objeto.

El resto de los reos se movían inquietos en el pequeño enrejado en el que se veían encerrados. La muerte era antes algo lejano, invisible, que acechaba siempre pero nunca miraba a la cara. Ahora, la muerte estaba personificada en aquel hombre que se secaba el sudor con el dorso de la mano y se abalanzaba ya sobre el siguiente para cometer el segundo asesinato del día.

Uno a uno fueron cayendo, algunos gritando, otros resistiéndose, los menos dócilmente, con dolorosa resignación.

Víctima tras víctima, poco a poco, aquella matanza llegó a su fín, sin supervivientes, y del matadero salían ya los cajones de pollos muertos y desplumados, camino del mercado.

Unos minutos más.

Llovían hojas blancas sobre mí, recordándome la Navidad. Siempre ocurre en primavera, cada año cubren mi patio y yo evito barrerlas hasta el último momento porque me traen a la memoria mi querida nieve. Y mientras bailaba bajo las hojas y las burlas de mis vecinos, empezó a llorar el cielo con tanta furia que hube de refugiarme aquí de nuevo. Parecía que iba a para enseguida, que más que lluvia primaveral era tormenta veraniega, pero ha bastado para tirar todas las hojas de un sólo golpe al suelo y despedazar mi falsa ilusión invernal. Las lágrimas siguen cayendo sobre el asfalto, y yo he tenido hoy unos momentos de felicidad incomparables. No me quejo, sólo hubiera deseado unos minutos más.

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Os vigilo.

Será que me paso demasiadas horas aquí, será que las prácticas malditas me han pegado a esta silla, no lo sé, pero cada vez que me da por ver el correo (lo hago para perder tiempo) y veo un comentario, contesto y... alehop! aparece por arte de magia otro del mismo comentarista... Y me hace gracia, esa es la verdad. Siento la certeza de que en ese mismo instante alguien me lee. Creo que gracia no es la palabra, quizá sea más apropiado decir ilusión, aunque parezca que os persigo, que os vigilo...

El aspecto de esto.

Gracias a Adriana, ya tengo un logo. Algo menos en la lista... He estado probando cosas nuevas, y he cambiado unas cuantas veces la forma del blog. Lo siento si a alguien le ha pillado en medio... Al final he acabado igual que estaba, qué se le va a hacer. Debe ser que me ha acabado por gustar el aspecto de esto...

Sola.

Hoy está aquí. Me hace la comida, también la cena, se apiada de mí y pone una lavadora de ropa blanca. No le voy a pedir nada más, hoy no, porque mañana mi madre volverá al trabajo y me dejará otra vez en casa, con su ausencia, sola.

Sacarme ya el carnet.

Salgo de casa a las 9 para llegar a menos algo a la Escuela, y está ahí, a apenas 10 minutos en coche. Pero yo tengo que esperar el autobús, sentarme a ver como pasan todos los que no me sirven: el ciento y algo, que va a Meco; los dos de las fábricas del polígono cercano, que también paran aquí; el 3, que hace ruta por lugares a los que no quiero ir, y el otro 2, el de Ciencias, que ignora el camino a mi facultad y acaba el trayecto en el apeadero de la Renfe. Y al fín llega el mío, y de nuevo voy a llegar tarde, después de ir de pie, estrujada contra la puerta, como tropecientos viajeros más. Qué bien funciona el transporte público en mi ciudad. Y qué ganas tengo de sacarme ya el carnet.

Escapar de la luz.

No me gusta la luz. Me hace daño, me ciega, hace que me sienta aún más chiquita. Veo muy bien a oscuras, de niña mis amigos me llamaban la hija de los gatos. Siempre ganaba en el escondite, sólo jugábamos en las noches con Luna. Yo pensaba que ella me ayudaba... Ahora, estoy obligada a salir a la calle con el Sol riéndose de mí cada mañana, y a volver al mediodía con sus burlas taladrándome la cabeza. Esta facultad no oferta esa titulación en horario de tarde, eso me dijeron cuando intenté cambiarme de turno. Sólo quería escapar de la luz...

En un principio.

Si la realidad de cada día se va filtrando a mis letras, si cada cosa que me pasa acaba influyendo en mis post, ¿cómo evitar que esto no sea tan personal? Porque eso pretendía cuando empecé, y ahora me releo y sé que si fuera un observador externo, podría conocer mi vida, mi mundo. Mi ciudad está aquí también, y su nombre es fácilmente deducible. Mis sentimientos se volcaron post atrás, y ya hay más de mí aquí de lo que saben muchos de mis amigos. Y me gusta, no sé porqué, pero es así. Quizá sea que estos desahogos ocasionales me ayudan a mantener la serenidad, no lo sé, o quizá esté más loca de lo que creía en un principio.