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Hija de la Luna

personal

Miedo.

Llevo casi un mes incomunicada, lejos de cualquier ordenador y de cualquier humano, pero no ha servido de nada. Intenté concentrarme primero en los estudios, escapar por el camino marcado. Paranoia. Él cada vez se acerca más, ya no mantiene ninguna distancia. Y no tengo a quien pedir ayuda. Temor. Ellos niegan todo, prefieren pensar que soy sólo alguien que odia a asumir que en esta familia hay un enfermo real. Y ahora sé que no puedo confiar en nadie, porque eso sería condenar a alguien más a mi inevitable caída. Dolor. Pensé que pasarme los días en la biblioteca y las noches en una nube me ayudaría. Fue un error. Autodestrucción. Estoy agotada. Hace mucho que no escribo, que no os leo, que no os comento. Pero vosotros habéis seguido allí, incluso han aparecido nuevos lectores. Agradecimiento. No puedo seguir así. Voy a reengancharme a esto, y lo voy a tomar como apoyo. Tengo que ganar la lucha, tengo que irme de aquí, pero, por ahora, sólo puedo escribir lo que siento. Miedo.

Viva.

¿Os he dicho alguna vez que mi ordenador me odia? Pues no era cierto. Me odian todos los ordenadores, y sus cables de alimentación también. Me explico ahora mismo:

El otro día pisé el cable de un portátil en el pasillo de la facultad y me caí, con tan mala suerte que me destrocé una muñeca. Teclear hasta hoy era casi imposible, por eso no he hecho acto de presencia antes. Todavía hoy es un poco difícil...

No voy a contestar a vuestros comentarios, ni a escribir nada más, mañana lo volveré a intentar, pero se está empezando a hinchar. Sólo dejo esto aquí para deciros que os leo siempre que puedo, aunque no se note, que echo de menos escribir mis paranoias diarias, que me ha enternecido que os preocuparaís por mí, y , bueno, que esta Lunita sigue VIVA.

pd: gracias a todos por la preocupación en forma de comment, un besote.

Una parte de mi corazón.

Dicen que parezco sueca, con mi piel transparente y mis ojos claros, que con falda y sandalias parezco una turista.
Dicen que mi cabecita piensa demasiadas cosas, que no digo ni la mitad, que lo que voy pensando va pasando como sombra por mi cara, que dejo vagar mi mirada y mi mente, ignorando al resto del mundo.
Dicen que soy pasional, que se me nota, que puedo destrozar a cualquiera con sólo mirarlo, que mis ojos dicen aún mejor que mi boca lo que siento.
Dicen que soy independiente, pero, a la vez, que pienso demasiado en los demás, que soy incapaz de recordar una cara o un nombre pero memorizo los problemas ajenos, y que luego trato de resolverlos, como defensora de las causas perdidas que soy.
Dicen que destrozo egos y que gano batallas con una única arma, mi ironía, y que cada día lo vivo como si esto se fuera a acabar al amanecer.
Dicen que mi ateísmo me puede, que me hace melancólica, porque no me imagino nada más allá, y que su muerte me marcó hondo, tanto que me hizo renegar de todos y empezar de nuevo.
Dicen que mi familia, por ambos lados, me parece más una condena que un apoyo, que trato de huir de ellos a cada paso, que lucho contra mi propia sangre.
Dicen que me desperté roja una mañana, que la política entró en mi vida como un rayo de Luna, que la uso para ayudar a un mundo que, en realidad, me da igual.
Dicen que ya no soy tan oscura, que el negro de mi vida cada día se combina más y más con verde, incluso con naranja, que el pesimismo ya no es dueño de mi alma.
Dicen que soy capaz de no decir palabra de lo que tengo por dentro y luego contarle cada una de mis penas y alegrías a un desconocido, porque confío mis realidades a aquellos en los que confía mi instinto.
Dicen muchas cosas de mí, y quizá tengan razón, quizá yo sea así. Pero les falta saber cosas de mí que sólo están aquí, cosas que voy desdibujando letra a letra en mis post, y que no salen de estas líneas. Creo que ha llegado el momento de decirles que este blog existe, de darles una llave a una parte de mi corazón.

Acerté.

Usé siempre psicología barata, de saldo y esquina, de la que parece plata y no llega ni a estaño, para analizar el mundo de mi alrededor. Pero esta vez me he excedido: he psicoanalizado a alguien a través de sus dibujos, y le he contado los resultados. Lo malo no es que le haya sacado todas las tristezas posibles del alma, ni que dejara que mi imaginación rellenara los huecos con mis propias memorias, ni que se lo lanzara como arma arrojadiza, con toda la fuerza que da el cariño: lo malo es que acerté.

Gracias.

Hoy ha sido el primer día de mis nuevos días. Siento algo que me recorre las venas; se parece al vino, pero no es alcohol, sino una especie de satisfacción maravillosamente embriagadora. He perdido el miedo al miedo, el miedo a perder. Mis ojos, ciegos por no querer ver, miran otra vez al mundo de frente, y le sonríen. Creo que hoy soy feliz.

Nunca fuí ilusa, sé que el éxtasis se irá, que las tormentas volverán, que la lluvia intentará de nuevo desbordar ríos de lágrimas en mi interior. Pero yo he cambiado, o al menos he dado unos pasitos hacia el cambio. Aceptar que soy lo que soy, comprender que no puedo cambiar la intolerancia de los demás, pero sí ironizar sobre ella, romper los lazos políticamente correctos que encadenaban mi mente a un mundo gris, ese ha sido sólo el inicio del camino.

Ayer el surrealismo se unió a la realidad diaria y jugó con ella a las damas. Aposté por el primero, era mi esperanza. Ganó una partida extraña con una jugada extraña, no podía ser de otra manera. La pátina de inocencia que me ponía cada mañana me la dejé en el lavabo, y llegué con las armas al alcance de las manos, dispuesta a matar. Ni un gesto de compromiso, ni una sonrisa torcida, ni una palabra qu mintiera a mis pasiones, nada he hecho o dicho que me doliera desde entonces. Mi alrededor no estaba preparado, no había siquiera vislumbrado el cambio, pero pronto lo vió, de bien cerca.

He mantenido una conversación cercana con alguien lejano, que me ha ayudado a ver de nuevo el color azul del cielo. He roto en pedacitos bien pequeños el ego de algún guaperas que se creía albacea del ingenio global, he hecho más pedacitos, éstos sin querer, del ánimo de alguien; esos trozos han sido como cristales clavados en los talones de Aquiles de mi corazón, pero todo tiene remedio, esto también y no ha habido mucha sangre.

La tranquilidad ha llegado a mi vida; se unió a mi pasear en el camino en la última bifucación, hace apenas unas horas; la fortuna llevaba a mi lado desde el domingo, pero desconfío de ella, no mira a los ojos, sino a las manos, como buscando mi suerte para robármela en un descuido. Y no sé si esconderla o extender el brazo y rogar que se la lleve. Ya no la necesito más, no hasta dentro de un tiempo. He aprendido a oirme a mí misma, a no morderme la lengua, y, sobre todo, a abandonarme al flujo del tiempo y olvidarme de la autodestrucción.

La jaula de grillos parece un poco abrumada por el cambio, aunque intenta disimular su incomprensión, que yo haya sacado las garras de la sinceridad no implica que ellos lo hayan hecho. Intentan poner un rictus de tolerancia, aunque se nota cual es fingido. Da igual, ya sabía en quién apoyarme, sólo quería esa confirmación, a modo de prueba tangible.

Sé que ellos no han cambiado, pero mi sangre también es la suya, y algo tiene que influir. Y si no, tampoco me importa ya. No van a triunfar, el surrealismo ya ha ganado a la realidad una vez como mi campeón, confío en que pueda repetir la hazaña. Además, dentro de poco me iré, cruzaré los límites de Iplacea y llegaré tan lejos como me permitan las alas de mis pies. Quizá me quede en es ciudad cercana que siempre es mi fín de parada, en mi Finisterra particular, o quizá deje que mis alas me lleven más allá. Soy un animal nocturno, urbano, necesito una gran ciudad, pero también montañas que escalar, a modo de reto. Aún no sé donde iré, pero será lejos.

La paz me inunda, ha llenado lugares donde antes sólo había desconcierto. Me he hecho más fuerte, un poquito tan sólo, sólo el ápice que me faltaba para dar el salto final. En parte, ha sido gracias a vuestros ánimos, a vuestras muestras de interés, a las palmaditas en la espalda en forma de comentario. Me habéis arrancado sonrisas a la fuerza en momentos de esos en los que creía que iba a caerme, que mi salto no era más que un suicidio. Pero no lo era, y perdí el miedo, y salté. Y ahora la felicidad está al lado del camino observándome en estos dulces minutos, aunque quizá no esté mucho allí, pero ha merecido la pena. Antes de continuar con la caminata, quiero dejar esto, para que sea el más sentido de los títulos de este blog: GRACIAS!

Hoy ha sido quizá el más raro día jamás vivido por la lunática ésta que se dedica a escribir sus desmemorias. Me he levantado con la piel excitada ante la idea de que algo iba a ocurrir; siemre me ha pasado, desde que era niña, algunos días mis despertares se acompañan de sensaciones peculiares que me anuncian que va a haber algo más; pero hoy no necesitaba ninguna señal, si ocurría algo, sería buscado. La jaula de grillos estaba esperándome con su sonrisa falsa en la boca y el puñal tras la espalda. He ido hablando con propios y extraños, explicando mi modo de ver el mundo, sacando de dentro todo lo que guardé dentro del cajón cerrado de lo políticamente incorrecto. No me han recibido más sonrisas de las que esperaba, pero la dureza de algunos se ha convertido en algo más blando, parecido a la comprensión; otros, me han tachado finalmente de loca sin remedio y sé que seguirán jugando a la buena sociedad conmigo, pero yo no seguiré con la partida, ya no. Sólo alguien se ha librado de mis revelaciones, he descubierto en su mirada el peso de algo que no iba conmigo, no he querido subirme yo también a su espalda. Por un momento, me he abandonado y he pensado en lo que me rodea, en qué podría ser ese peso agotador, y me he sentido liberada de mí misma, aunque preocupada por alguien más.

Creo que he tardado una barbaridad en escribir este post, su redación me ha llevado toda una vida. Empecé a escribirlo en los libros de cuentos que me regalaban de niña, y lo acabé en el reverso de unos apuntes de programación prestados. Siento que cada palabra, cada gesto, cada paso dado estos años me ha traido aquí. Lo que he hecho esta mañana podría haberlo gritado en medio de una plaza llena de desconocidos, o susurrado al oido de alguien en un parque: el resultado habría sido el mismo. Necesitaba quitar cualquier ligadura que uniera mi cuerpo a la esclavitud de saberse regido por unas normas imposibles de cumplir para al menos mi mente, y lo hubiera conseguido igual de otras mil maneras, pero necesitaba hacerlo asi, no sé porqué, aunque supiera que lo importante era el resultado y no el método. Toda mi vida necesitaba de un día así, pero el día en sí realmente no importaba. La irrelevancia del día en comparación con el resto ha sido realmente su valor, por ello ha sido ese punto y aparte.

Mañana empieza mi vida.

Mañana, con suerte, seré feliz.

Feliz.

He vuelto a la vieja rutina insalubre que reinó en mi vida hasta hace pocos meses, aquella que me hacía ser el zombie que ahora soy, áquella que me obliga a dormir de día, o dormitar más bien, y disfrutar de una caótica hiperactividad en la noche. Para algo soy Hija de la Luna, ¿no? Es como si necesitara vivir al ritmo materno... Mi ironía lleva unos días de reinado triunfal, él no ayuda con sus huídas y cambios de humor, siento que el movimiento de giro de mi mundo hipócrita ya no es el mío, que hay que rebelarse pronto, porque lo que me rodea no es lo que debería ser. No quiero tener de nuevo ganas de sonreir sin más, ni ir vestida de clarito, con lo bien que me sienta el negro, ni deseo ya cazar al gazapo escondido en el saco de las extrañas amistades, porque él también juega, pero al ratón y al gato, y eso no va conmigo. Mi buen talante se puede quedar en su casa, que no se moleste en pasarse por aquí, se acabó, si algo ha cambiado en estos meses soy yo misma, ya no me voy a callar: si soy díscola, seré criticada, sino lo soy, seré cobarde.

Ayer caí rendida en la cama.

Hoy he tomado una decisión.

Mañana despertaré con el hartazgo tapándome la boca e impidiéndome gritar.

Pasado volveré a la jaula de grillos y me rebelaré.

Al otro, con suerte, seré feliz.

Ganancia de pescador.

¿Quién te enseñó a revolver en los ríos de mis venas para obtener tu ganancia de pescador?

La espalda.

Si hubiese sabido que me iban a someter al tercer grado, jamás me habría quedado a comer. Y eso que íbamos a estudiar. La curiosidad las ha vencido, y a mí me ha roto en cachitos bien pequeños la paciencia. Me pregunto qué pasaría si se lo contara, ¿asumirían que desde entonces todos sus secretos se lo iba a contar a él? Porque si ellas tienen derecho, como creen, a acceder a lo que él me contó, para él habrá lo mismo. Lo saben, y arriesgan, creo que aún no se han dado cuenta de que él ya es uno de mis niños, que no le traicionaré sin quemar el barco, y que, aunque sé que debería estar en su contra, como ellas lo están por razones varias, yo no puedo, ni podré, por mucho que ellas intenten que vea que lo mejor sería voltear mi espíritu y darle la espalda.

De ti o de mí.

Te conozco, me conoces, pero nunca nos hemos visto. Quién nos iba a decir que aquél viaje nos iba a traer a cada una una amiga tan parecida a nosotras mismas. Y aquí estoy, escribiéndote una carta. La tuya me llegó hace unas horas. Sigues viviendo paralelamente a esta locura que yo llamo mi vida, aunque parece que te va mejor, que las cosas al fin van como deben ir, y me alegro. En parte, si te va bien a ti, algo también va bien para mí. Y cada novedad tuya es un rayito de esperanza en mi cielo nublado, que poco a poco se despejará, lo sé.
Escribo este post y ni tan siquiera sé si lo leerás. Eres la primera a la que le he dado esta dirección, la primera persona de mi entorno que va a poder leer mis paranoias con mi consentimiento expreso. Y la ironía es que no sé si lo podrás hacer, porque no sé si podrás aceder a internet. Ya tienes email, pero no sé si enviate un mensaje; lo transmitido por carta, aunque lento, me parece más personal.
No conozco tu cara, ni tu cuerpo, tus ademanes son desconocidos para mí, pero algo me dice que, si me encontrara contigo al azar, te reconocería. Las almas iguales, si me permites la licencia, se reconocen al instante. Una foto no mejoraría nuestra relación, sólo nos diría cómo es el exterior de una persona que ya conocemos. y el exterior no me interesa, bien lo sabes, porque no es él el que me habla de una vida que es como la mía, pero a kilómetros de distancia y vivida por otra persona, con otro ambiente, co otros amigos, y, sin embargo, tan parecida a mia que a veces parece la misma, y entonces no sé de quién hablan las cartas, si de ti o de mí.

Muñeca de porcelana.

Uno vive muy lejos; el otro apenas si está a 5 minutos. No se conocen, pero tienen en común mi amistad y los mismos miedos: miedo a que esta muñequita de porcelana se tropiece un día y se rompa en mil pedazos; miedo a que haga cualquier tontería guiada por el mal humor o por un pronto de ésos que le dan, y luego le duela el corazón; miedo a que olvide su cuerpo y enferme sin saberlo... miedo a que se autodestruya. Así que ambos vigilan sus torpes pasos, y la cuidan cuando lo necesita, quiera o no, aunque a veces esa cabecita suya tan dura se empeñe en alejarlos porque no desea que nadie vele por ella y se preocupe, porque cree que puede hacerlo todo sola. Pero ellos la guardan igual, y por ello se merecen un agradecimiento mayor que el expresado por estas palabras, y eso bien lo sabe esta muñeca de porcelana.

Más de lo necesario.

Me da mala espina, me da igual de quien sea mujer, no la quiero aquí, en casa. A él le eché una vez, repetirlo no me costaría nada. Son sólo 2 de los muchos que hacen mi ellos más temido, más odiado. ¿Cómo escapar si vienen a mí? Estoy encerrada en el cuarto, mientras conversan en el salón con mi madre. No quiero hablar con esa mujer que se cree con derecho a tratarme con toda la confianza del mundo por compartir colchón con mi familiar directo. Ni siquiera él me trata así, porque sabe que la réplica sería tan fría como la mano que, a mi pesar, le tiendo al llegar. Era eso o los 2 besos de rigor, y tener su ADN en mi mejilla me daría escalofríos. Y ahora ella se va a meter en mi vida, la voy a tener cerca quiera o no. No creo que nunca llegue a confiar en ella, mi instinto la tachó como malvada según nos cruzamos por primera vez. Por suerte, sé que el rechazo es mutuo, que yo no soporto su falta de imaginación y ella no entiende mis extravagancias. Así que no la quiero aquí, y se lo diré a mi madre en cuanto salga de mi encierro voluntario, en cuanto se vayan, al fin y al cabo estoy yo sola en la casa casi todo el día, tengo derecho a decidir. Y lo haré sin problemas con mi conciencia, a sabiendas de que ella tampoco me invitará nunca voluntariamente a su casa, y de que ellos ya se habrán molestado en contarle lo rara que soy y lo difícil que es tratarme, así que lo entenderá y se alegrará de no verme más de lo necesario.

Una niña con zapatos nuevos.

Me mira, frunce el ceño y me pregunta ¿te ocurre algo? ¿Porqué estás tan feliz? No puedo decirle que mi hermana me trajo unos zapatitos chinos de su viaje, porque eso sería decirle que trajo regalos, y el suyo no se lo dará hasta el día de la Madre. Falta poco, pero hasta entonces no puede saber que los tengo, aunque me chiflen, aunque me los haya probado unas quince veces desde que son míos. Al final, para no mentir pero no decir el secreto, sólo contesto: nada. Es que hoy me siento como una niña con zapatos nuevos.

Con público.

La línea que separa lo posible de lo imposible se desdibujó durante el más pequeño de los lapsos de tiempo, mientras cogía la otra patilla del led que yo sujetaba, y la magia del momento lo encendió sin otro tipo de alimentación. Sólo duró unos instantes, pero fue maravilloso, y, por una vez, mi violación de las leyes de la Física ha sido con público.

Responsable de mí.

Acerqué mi brazo al suyo, a apenas unos milímetros, sin llegar al roce, para sentir su calor corporal, como de costumbre, como cada día. Pero algo iba mal. No lo sentí, para mi cuerpo él no estaba allí. A él no le ocurría nada, me lo habría dicho, tenía que ser yo. Pero no era posible, me encontraba bien. Alejé mi brazo, no dije nada. Todo estaba bien en mí, no podía ser que algo fuera mal y yo no lo notara, pero mi cuerpo no suele estar a más de 35 grados, el suyo no baja de 37, si no le sentía algo iba mal. En silencio esperé la hora de irse, deseando llegar a casa para comprobar mis constantes vitales. No iba a decir nada, no iba a hacer que nadie se diera cuenta. Pero, de repente, acercó su mano y la puso en mi hombro, con cara de preocupación. Noté algo extraño antes, me dijo. No te sentí fría. Estas ardiendo, estás enferma, ¿bajamos a Iplacea? Has debido pillar algo… Sólo he podido negarlo, ¿qué sino? No podía dejar que nadie, nadie, se preocupara, se sintiera responsable de mí.

Sola.

Hoy está aquí. Me hace la comida, también la cena, se apiada de mí y pone una lavadora de ropa blanca. No le voy a pedir nada más, hoy no, porque mañana mi madre volverá al trabajo y me dejará otra vez en casa, con su ausencia, sola.

Mi ganas de salir huyendo.

Me siento mal, agobiada, con necesidad de salir corriendo, de gritar, de decir unas cuantas verdades muy de cerca. Llevo dos días sin escribir nada que no esté tocado por mis ganas de rebelarme, por mi enfado general, así que mis disculpas desde ya, prometo que lo próximo que escriba, será más alegre, y que lo haré muy pronto. Me conozco, y sé que si no lo supero, lo pagaré con el mundo en general, volveré a mis malos hábitos anti-sociales, dejaré de hablar para no ironizar a cada frase, para no hacer daño, porque en el fondo sé que nadie aparte de mí tiene la culpa de mi mal humor, y acabaré ignorando a todo aquel que no se choque frontalmente conmigo por la calle. Sé lo que escribo, no es mi primera crisis. Cada vez que no soporto más las relaciones sociales hipócritas que me rodean en casa, en clase, en la calle, caigo de nuevo en mi vicio del sarcasmo y la sinceridad. Sé que es una especie de autodestrucción sin sentido, y sé que luego tendré que empezar de nuevo, y no quiero, no deseo pelearme de nuevo por dejar de llevar la marca de los locos, por encontrar a gente que me agrade, porque ahora los que ya están aquí me agradan, pero necesito descansar de todo, de todos, darme un tiempo, encerrarme en una habitacion con una botella de agua y un monton de cds, a oscuras, en paz. No es posible, y lo sé, si pudiera parar mi vida por unos días lo haría periódicamente y me ahorraría las crisis, pero a las responsabilidades no se les puede decir "vuelvan mañana, que hoy no quiero ver a nadie". Supongo que acabaré estallando, diciendo todo lo que sé que duele a aquellos que sé que más necesito, y me arrepentiré cuando sea tarde, igual que dentro de una horas, o unos días, me arrepentiré de este post tras haberlo releido; sin embargo, voy a publicarlo, ya que ha sido una especie de vía de escape, que quizá logre contener mi ganas de salir huyendo.

[sin título]

Muerde otra vez el lápiz, y pone esa cara de tristeza que sólo usa cuando cree que nadie mira. Pero yo estoy mirando, y no sé qué hacer. Las musas le abandonaron, ningún dibujo sale de la mina, y yo quisiera tocarle y pasarle mi inspiración, aunque sólo fuera una chispa de mi imaginación, sólo el mínimo para que se sintiera bien, para que su cara fuera la de siempre. Pero sé que no es posible, así que sigo a su lado, quieta, mirando de reojo los trazos sin forma de su desesperanza, que se me contagia poco a poco.

Quiero darle las gracias.

- ¿Ves? Y ahora doblas por aquí y ya tienes la pajarita hecha.

- ¿Y para que vuele?

- Sujeta el cuello y tira de la cola.

Y funcionó. Aquel pájaro de papel comenzó a aletear, como si intentara remontar un río más que tratar de volar. Fue lo primero que aprendí del origami tradicional, cuando aún no sabía ni lo que significaba esa palabra. Es más, ni tan siquiera sabía que existiera. Ahí estaba yo, delante de mi instituto (para qué ir a clase!), con una gran amiga descubriendo los misterios de un pliego de papel. Por cierto, la llamada pajarita no era tal, con el tiempo me enteré de que era una grulla. Desde entonces he descubierto muchas más figuras por mi cuenta, me he comprado libros, he navegado... Y poco a poco, en soledad, me he metido más y más en el mundo del origami, pero fue ella la que me inició, mi primera profesora, ahora una de mis alumnas, y quiero darle las gracias.