Blogia
Hija de la Luna

recuerdos

Para ayudarme.

No iba a pasar, no señor. ¿Y si pisaba alguna? Qué horror, yo no podía matar un hada ni por accidente, pero mi padre se empeñaba en que sólo eran hormigas. Y dale. ¿Cuántas veces iba a tener que explicarle que no era más que un disfraz para que los humanos no viéramos sus alas como algo raro? Cualquiera que se hubiera leído un par de cuentos lo sabría.
Al final, me aupó y saltó por encima de la fila india de hormiguitas aladas. Sé que ellas me dedicaron una sonrisa, que tan sólo yo vi, a modo de agradecimiento.

Aún creo en las hadas disfrazadas de insectos, pero ahora ya salto yo solita las filas, sin miedo a pisarlas, porque sé que puedo dar una zancada suficientemente grande, y porque él ya no está aquí para ayudarme.

Mi profesora favorita.

Había un juego que me gustaba más que los demás. De una bolsa de tela oscura, sacábamos cada uno un papel. Ella había puesto tres palabras, diferentes en cada uno, y con ellas debíamos escribir un cuento en el fin de semana. Jugábamos algunos viernes, sólo algunos, cuando ella estaba alegre. El lunes leíamos los relatos en voz alta. Al mío siempre le ponía el título ella, yo no he sido nunca capaz de hacerlo. Después de leerlo, me miraba con una sonrisa en los ojos y me decía su elección.
Ahora, años más tarde, recuerdo sus clases, y las extraño. Ya nadie me da palabras con las que urdir una trama, nadie pone título a mis locuras, pero cuando paso cerca del patio del colegio, ella me mira con esa sonrisa de antaño, y entonces sé que sigue jugando a nuestro juego con otros niños, pero aún así, no me ha olvidado mi profesora favorita.

Entre sueños.

Soñé que era pequeña, muy pequeña. Un hombre, con sonrisa afable, me ayudaba a construir castillos en la arena mojada. Otro, su amigo, su socio, me regaló una pequeña bandera para que pusiera en lo alto de la torre.

Soñé que el segundo hombre hablaba conmigo en un almacén como si yo fuera adulta, aunque sólo era una niña, y que me sentaba en una banqueta de madera altísima, de ésas que se pueden ajustar dando vueltas.

Soñé que jugaba al escondite en un restaurante vacío, y que me ocultaba en una cámara y nadie venía a por mí. Soñé que pasaba tanto frío que gritaba y mi madre venía a buscarme, asustada, con los dos hombres de mi sueño.

Desperté, y corrí a contarle a mi madre todo aquello, porque fue muy real, porque había pasado miedo encerrada en aquel frigorífico. Y ella me contó que tuvo ese restaurante, que yo apenas si había cumplido 3 años y que después de lo de la cámara nunca quise volver a jugar allí. Cerró poco tiempo después, así que yo no recordaba nada, hasta anoche, cuando la memoria me volvió entre sueños.