La espalda.
Si hubiese sabido que me iban a someter al tercer grado, jamás me habría quedado a comer. Y eso que íbamos a estudiar. La curiosidad las ha vencido, y a mí me ha roto en cachitos bien pequeños la paciencia. Me pregunto qué pasaría si se lo contara, ¿asumirían que desde entonces todos sus secretos se lo iba a contar a él? Porque si ellas tienen derecho, como creen, a acceder a lo que él me contó, para él habrá lo mismo. Lo saben, y arriesgan, creo que aún no se han dado cuenta de que él ya es uno de mis niños, que no le traicionaré sin quemar el barco, y que, aunque sé que debería estar en su contra, como ellas lo están por razones varias, yo no puedo, ni podré, por mucho que ellas intenten que vea que lo mejor sería voltear mi espíritu y darle la espalda.
0 comentarios