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Hija de la Luna

Desde aquel día.

Hay dos policías en la puerta de la estación desde aquel día. Dos más, con motos, suelen aparcar en la plazoleta de detrás de las casas bajas de mi barrio. Uno, con un chaleco fluorescente, ayuda cada mañana a pasar la acera camino del colegio a un montón de críos con sus mamás, a pesar de que el semáforo funciona perfectamente, mientras su compañero está, presumiblemente desayunando, en uno de los bares de la calle. Cada tarde pasan al menos un par de camiones del ejército, de ésos que van cargados de militares con cara de frío. Las sirenas se oyen varias veces a diario. Supongo que para hacer ver a la gente que están ahí para protegerles, todas las fuerzas de seguridad han salido a la calle. Hasta ese día no había nadie uniformado en el barrio, nadie miraba qué haciamos, con quién hablabamos, a dónde ibamos. ¿Hacen acto de presencia para demostrar que cuidan del mundo o para vigilarlo con su consentimiento? No me estoy volviendo paranoica. El casco histórico parece ya la zona de prácticas de la policía local, y la ciudad al completo se ha llenado de coches con la raya azul. A llegado a un punto en el que me siento vigilada, no protegida. Y es que nunca he llegado a entender del todo la existencia de estos agentes del orden, y ahora, cada vez que salgo a la calle, allí están, escrutándome, desde aquel día.

2 comentarios

Hija de la Luna -

No puedo creer que vigilar a escolares de no más de metro y medio pueda servir para aumentar la seguridad ante el terrorismo, y por eso mismo no llego a asumir esa presencia policial casi represiva que no debería ir ligada a la seguridad de una ciudad, ya que hay otras vías para luchar contra la amenaza de posibles atentados, aunque me temo que, como pronosticas, el recorte de las libertades llegará a pronto también aquí, sino lo ha hecho ya.

Optimista -

Ya se sabe que un aumento en la seguridad suele producir un recorte de las libertades. Ya pasó en EEUU y ahora pasará aquí.