Larga espera.
La noche no era muy diferente a las de otros jueves. Apenas si entraban cuatro o cinco adolescentes con ganas de borrachera temprana y, luego, nadie, si acaso algún borracho solitario de ésos que beben vinillos en los bares diurnos y que al cierre de éstos se hacen ronda por los pubs abiertos. Casi toda la fiesta se concentraba en los sitios de moda, a las afueras, en el barrio nuevo. Carlos limpiaba la barra y reponía las cámaras, sabedor de que al día siguiente no tendría tiempo, los viernes sí que se trabajaba. No entendía el porqué de abrir en jueves, pero él no pagaba las facturas, así que no tenía elección, y era dinero fácil el que ganaba esas noches, no cabían las protestas.
Cuando estaba levantando ya las banquetas para barrer, se abrió la puerta. Siempre que en jueves entraba la rendija de luz por la abertura hacía cábalas. Casi siempre era un hombre solo, pocas veces una pareja en busca de intimidad, o conductores perdidos, pero él soñaba con una mujer alta, morena, de ojos miel y boca dulce, que quisiera ahogar las penas en alcohol y acabara llorándolas en su hombro, o en su almohada. Hoy también se quedó mirando hacia la entrada, esperando un borracho más o, con suerte, a ella, a quien esperaba desde que empezó a trabajar allí. Entró, y se sentó al otro lado, donde Carlos apenas si la vislumbraba. Era ella, estaba seguro. Se quedó en medio, sin saber qué hacer, no se le pasó por la cabeza entrar a la barra y preguntarle si quería algo. Se había quitado la chaqueta, y enredaba algo entre los dedos. Carlos imaginó que jugaba con uno de sus rizos. Seguía extasiado, mirando a aquel rincón del bar como si viera un fantasma. Demasiado tiempo esperando un sueño, y ahí estaba. Finalmente, el valor salío de alguna glándula perdida de su cuerpo, y se atrevió a volver a su puesto.
- ¿Qué quiere?
Ni buenas noches, ni hola, ni tan siquiera una sonrisa; no podía ni decir ni hacer más.
- Un ron con hielo. Negro, por favor.
Era ella, estaba claro. Y parecía triste, tan triste... Le sirvió su copa, más otra para él, salió de la barra y se sentó en una banqueta tan cerca como pudo. Y desde allí, la contempló en silencio, miró su cuerpo, su cara, su pelo... miró todo su cuerpo, sí, pero a la espera de poder ver su alma, agazapada detrás de un gesto. Y de repente, la vió, pero lo que vió fue que no era ella, que aquel espíritu no era el que esperaba. Y se dió cuenta de que debería esperar más, que aún no era su jueves, que ella todavía no había cruzado esa puerta, porque quizá no debiera hacerlo en esta vida, sino en la siguiente. Así que se levantó de la silla, rechazó con un gesto y un invita la casa el billete que le tendía y volvió a barrer el final de bar sin mirar como ella abandonaba la sala.
Cuando estaba levantando ya las banquetas para barrer, se abrió la puerta. Siempre que en jueves entraba la rendija de luz por la abertura hacía cábalas. Casi siempre era un hombre solo, pocas veces una pareja en busca de intimidad, o conductores perdidos, pero él soñaba con una mujer alta, morena, de ojos miel y boca dulce, que quisiera ahogar las penas en alcohol y acabara llorándolas en su hombro, o en su almohada. Hoy también se quedó mirando hacia la entrada, esperando un borracho más o, con suerte, a ella, a quien esperaba desde que empezó a trabajar allí. Entró, y se sentó al otro lado, donde Carlos apenas si la vislumbraba. Era ella, estaba seguro. Se quedó en medio, sin saber qué hacer, no se le pasó por la cabeza entrar a la barra y preguntarle si quería algo. Se había quitado la chaqueta, y enredaba algo entre los dedos. Carlos imaginó que jugaba con uno de sus rizos. Seguía extasiado, mirando a aquel rincón del bar como si viera un fantasma. Demasiado tiempo esperando un sueño, y ahí estaba. Finalmente, el valor salío de alguna glándula perdida de su cuerpo, y se atrevió a volver a su puesto.
- ¿Qué quiere?
Ni buenas noches, ni hola, ni tan siquiera una sonrisa; no podía ni decir ni hacer más.
- Un ron con hielo. Negro, por favor.
Era ella, estaba claro. Y parecía triste, tan triste... Le sirvió su copa, más otra para él, salió de la barra y se sentó en una banqueta tan cerca como pudo. Y desde allí, la contempló en silencio, miró su cuerpo, su cara, su pelo... miró todo su cuerpo, sí, pero a la espera de poder ver su alma, agazapada detrás de un gesto. Y de repente, la vió, pero lo que vió fue que no era ella, que aquel espíritu no era el que esperaba. Y se dió cuenta de que debería esperar más, que aún no era su jueves, que ella todavía no había cruzado esa puerta, porque quizá no debiera hacerlo en esta vida, sino en la siguiente. Así que se levantó de la silla, rechazó con un gesto y un invita la casa el billete que le tendía y volvió a barrer el final de bar sin mirar como ella abandonaba la sala.
9 comentarios
Hija de la Luna -
PD: ¿novela? eso (me) lo tienes que explicar...
Un besote, vecino!
Tu vecino -
Hija de la Luna -
Muchas gracias :D
Brisa -
Hija de la Luna -
lua, Trantor, gracias! Por cierto, Trantor, me has hecho recordar una colección de libros... umm, ahora rebuscaré por la estantería.
Brisa, muchas gracias... siempre se agradece un título. A éste le pongo el primero, el de "vidas paralelas" me lo guardo para el siguente (próxima entrega: 130504)
Un besote!
Miramar -
Hay que saber esperar. Algo que, a veces, es sumamente difícil.
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Brisa -
o a lo mejor.. "Vidas paralelas". Besos
Trantor -
lua -
Dark kisses